Los
objetos de la habitación están cubiertos por sombras, aquellas que esperan a
que ella se duerma, sus pequeños ojos
cansados quieren rendirse al sueño, ella
se esfuerza por permanecer despierta, alerta. Pequeñas sombras circulan su
ambiente, la observan fijamente. Le murmuran a su oído en otras lenguas. Los
diferentes sonidos logran agitarla, en su pared las sombras danzan. Van de un
lado a otro, sin detenerse. Corre desesperada a la salida, la puerta se aleja
de ella, las sombras saltan de la
pared y corren a su presencia, su dueña, reclaman. Se abalanzan sobre ella, le acarician el rostro, le rasgan
las mejillas. El piso se hunde, creando un círculo, ella cae. Puede ver a lo lejos como las sombras comienzan a bajar,
siguen a su dueña. Ella escucha los
gritos, estruendosos, capaces de erizar la piel, ésta se desgarra al sentir los
escalofríos sobre su espalda, la caída es espesa, la luz se disipa. Ella traga guardando su voz, sin soltar
su llanto. Sus huesos tiemblan al escuchar los pasos de las sombras, que llegan
y se adueñan de su calma. Los sonidos se hacen lejanos y el círculo comienza a
cerrarse, aplastando su pequeño cuerpo. Las sombras negras aparecen en su
mente, se ríen nuevamente. Su cuerpo se moldea a la tierra, hasta desaparecer
en ella. Su pecho dio un salto, estaba de nuevo en el cuarto. Las sombras
sentadas en el piso, la miran a ella,
como niños atentos a su maestra. Permanecen en silencio, la luz comienza a
salir, tocando a las sombras, haciéndolas desaparecer, iluminando el pequeño
espacio, siente las caústicas sombras despedirse, hasta que la luna comience de
nuevo su cántico.
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