martes, 25 de febrero de 2014

Untitled.

Encendí una vela en su cabeza en honor a un completo amor-odio que teníamos. Lo perseguí a través del pasillo, con una lanza que había jurado clavar en su pecho; como símbolo de una venganza que no debía ser ejecutada, atravesamos aquél estrecho pasillo hasta encontrarnos en ese cuarto, en esa nube, en ese lugar en donde nuestros tormentos se escondían debajo de nuestras pieles. Ni el alma más pura podría salvarnos, pensaba, caminaba y me aproximaba a la realidad que era tan absurda y, comprendí el significado de su mirada, comprendí lo que esos ojos color café querían decirme, le tomé la mano mientras surgían fantasías que corrían y bailaban al compás de un melancólico tango, mientras estas dos apasionadas y perdidas almas se unían encontrando respuesta alguna, la noche vino como un ladrón silencioso, vestida de oscuridad y caminando en puntillas, caímos en un sueño profundo, rendidos, aislados de la realidad. Y no pude fijarle nombre a los sentimientos que venían, iban, volvían.

Diez.

Pero una bala acabó con ese dolor.
Y ya no eran tres, sino diez,
y ya no era un quizá
y tu canción resonaba
y se perdía en los oídos de aquellos que
permanecieron.