Los
objetos de la habitación están cubiertos por sombras, aquellas que esperan a
que ella se duerma, sus pequeños ojos
cansados quieren rendirse al sueño, ella
se esfuerza por permanecer despierta, alerta. Pequeñas sombras circulan su
ambiente, la observan fijamente. Le murmuran a su oído en otras lenguas. Los
diferentes sonidos logran agitarla, en su pared las sombras danzan. Van de un
lado a otro, sin detenerse. Corre desesperada a la salida, la puerta se aleja
de ella, las sombras saltan de la
pared y corren a su presencia, su dueña, reclaman. Se abalanzan sobre ella, le acarician el rostro, le rasgan
las mejillas. El piso se hunde, creando un círculo, ella cae. Puede ver a lo lejos como las sombras comienzan a bajar,
siguen a su dueña. Ella escucha los
gritos, estruendosos, capaces de erizar la piel, ésta se desgarra al sentir los
escalofríos sobre su espalda, la caída es espesa, la luz se disipa. Ella traga guardando su voz, sin soltar
su llanto. Sus huesos tiemblan al escuchar los pasos de las sombras, que llegan
y se adueñan de su calma. Los sonidos se hacen lejanos y el círculo comienza a
cerrarse, aplastando su pequeño cuerpo. Las sombras negras aparecen en su
mente, se ríen nuevamente. Su cuerpo se moldea a la tierra, hasta desaparecer
en ella. Su pecho dio un salto, estaba de nuevo en el cuarto. Las sombras
sentadas en el piso, la miran a ella,
como niños atentos a su maestra. Permanecen en silencio, la luz comienza a
salir, tocando a las sombras, haciéndolas desaparecer, iluminando el pequeño
espacio, siente las caústicas sombras despedirse, hasta que la luna comience de
nuevo su cántico.
sábado, 11 de octubre de 2014
Rutina caraqueña
Al
mirar la hora se sorprendió de lo tarde que era, tomó en un gran sorbo lo que
quedaba de su café y despidiéndose de su gato, salió corriendo con maletín y
corbata en mano a la oficina. Llamó el ascensor y comenzó a colocarse la
corbata, pasados unos minutos decidió bajar por las escaleras, al llegar a la
planta baja comenzó a correr hasta la estación del metro, la lluvia de anoche
había dejado el piso resbaloso, a Jacobo le tocó una vez más hacer un esfuerzo
para no caerse. Veía los carros pasar a su lado y se lamentaba el no haber
comprado uno cuando todavía eran accesibles, quizás ya estuviese en la oficina,
pensaba. Giró a la izquierda y cruzó la calle, ya estaba muy agotado como para
seguir corriendo, caminó hasta la pasarela y se detuvo a tomar aire,
maldiciendo por no tener un carro. Prosiguió su recorrido hasta la estación, el
sol comenzó a salir, Jacobo se sentía asfixiado en su traje, caminó por una
calle estrecha, la cantidad de vendedores no le dejaban caminar, intentó pasar
a dos mujeres robustas que iban caminando a paso de tortuga, una de ellas se
quejaba de la situación del país y la otra parecía estar atenta a lo que su
amiga decía, y sólo le respondía “si chica, estamos mal”. Jacobo se movía de un
lado a otro buscando un espacio por donde pasar, respiraba profundo para no
perder la poca paciencia que le quedaba, al final terminó murmurando “esto no
es pasarela”, Jacobo no tenía la suficiente valentía como para decirles eso, así
que se quedó caminando al paso de ellas. Miraba resignado las piernas de las
señoras, veía como caminaban, con paciencia, lento. Al llegar al final de la
calle, pudo pasar a las señoras y se apresuró a la estación, bajó corriendo por
las escaleras mecánicas, pensando que eso le haría llegar más rápido, y de una
se tiró al torniquete, un golpe en el vientre y un ruido molesto le hizo saber
a Jacobo que ya su ticket no servía, golpeó la máquina y aceleró el paso a la
cajilla. Volvió a maldecir al ver la cola, veía a la gente que pasaba sin
problemas y eso lo airaba aún más. Cuando por fin pudo comprar su ticket, se
aseguró de pasar con cuidado para no volverse a golpear. Bajó las escaleras y
se aproximó a hacer su cola. Al llegar el tren, Jacobo intentó quedarse en la
puerta pero la gente lo empujó al otro extremo, pensó que en la estación Chacaíto
la gente se bajaría y él podría salir sin problema, pero no fue así, al llegar
a la estación la gente no le dio paso y las puertas del tren se cerraron.
Jacobo ya estaba molesto, se bajó en Chacao y al ver la cola al otro lado de la
estación decidió caminar. Miró la hora, ya era demasiado tarde, se metió la
mano en el bolsillo y con la otra sostuvo su maletín, intentaba caminar por la
sombra y veía las tiendas, una librería, una panadería, tiendas de ropa, veía
los precios en las vitrinas y recordaba lo caro que estaba todo, lo caro que
estaban los carros, fruncía el ceño y soltaba unos cuantos insultos para sí. Vio
un puesto de mototaxis y decidió tomar uno, al montarse le apretó la cintura al
conductor y éste con la mirada le hizo saber a Jacobo que no debía hacer eso,
puso una mano al lado del asiento y la otra en el maletín, al arrancar, Jacobo
se tensó dándose cuenta de que ir en moto, por Caracas, era una pésima idea.
Tomaba aire y cerraba los ojos para no ver nada, terminó pensando en que algo
pasaría y que era mejor abrir los ojos, luego los cerraba de nuevo, era mejor
no ver si pasaba algo, morir de manera inesperada. Pasaba los carros a gran
velocidad, se tensaba mucho más cuando el conductor pasaba por lugares muy
estrechos, cuando se comía una luz y cuando giraba muy rápido. Al llegar a su
destino, se bajó lo más rápido que pudo, sus piernas temblaban y sentía que el
corazón se le iba a salir del pecho, le pagó al conductor, éste notando lo
nervioso que estaba se río y dijo “gracias compadre” y se fue. Jacobo entró al
edificio, por fin, pensaba. Al llegar a la recepción se encontró con el
vigilante quien le preguntó muy asombrado: “Jacobo, ¿qué haces aquí, si hoy es
día libre?”.
miércoles, 1 de octubre de 2014
Fracaso
Sentada
en la cama miraba cómo las gotas de agua se estrellaban contra la ventana,
aquellas se contenían primero y luego se resbalaban hasta llegar a la repisa.
Se fijó en las muchas gotas que estaban en aquél vidrio, parecían aferrarse con
mucha fuerza a éste. Intentó jugar a colocarles nombre, como cuando era una
niña, pero fallaba al esforzarse en no repetir. Se imaginaba en todas las
oportunidades que había tenido en su vida, tantas como aquellas gotas, y cómo
cada oportunidad tocaba fondo, se resbalaban de sus manos hasta no ser más que
un mal recuerdo, malo por no poder aprovecharlas. Y al recordar, su corazón se
encogía y se llenaba de nostalgia. Sacudía la cabeza pretendiendo espantar los
recuerdos, pero en el fondo sólo quería fijarse en ellos, cerraba los ojos
reproduciendo las mismas escenas con finales distintos, finales que le
convenían, luego al abrirlos volvía en un gran golpe a su miseria. Ella se
encontraba preparada para recorrer el resto de su camino sola, tal y como estaba
en ese cuarto de hotel. Se veía a sí misma, sentada en esa cama sucia, su
vestido tendido en el mueble y sus zapatos reposando en el piso de madera.
Miraba el libro viejo y polvoriento que sostenía, pretendía leerlo pero no
prestaba atención a la historia, sólo podía pensar en que ya no tendría que
volver a aquella casa de oportunidades perdidas, comenzaba a divagar en aquel
pensamiento y se sorprendía al descubrirse hablándole a su hogar, anunciándole
que ya no podría atenderle al día siguiente y al final terminaba rogándole que
volviera, su corazón estaba deseoso de verle una vez más, pero ella se encogía
de hombros apenada al entender que ya no podría saciar ese deseo, le
avergonzaba admitir el poco cuidado que colocó en su hogar y por ello se
castigaba huyendo de éste. Suspiraba, sollozaba y rompía en llanto, respiraba
profundo y se repetía que no era para tanto, ya encontraría nuevos hogares, se
consolaba como si fuese una niña buscando su muñeca extraviada. Al amanecer se
vistió, dejando el libro en la cama y tomó su maleta, ya era hora de dejar
aquel cuarto que la había acompañado ese breve tiempo, dio un último vistazo a
la ventana, el sol ya había secado las gotas, pero para ella la tormenta
continuó.
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