Encendí
una vela en su cabeza en honor a un completo amor-odio que teníamos. Lo
perseguí a través del pasillo, con una lanza que había jurado clavar en su
pecho; como símbolo de una venganza que no debía ser ejecutada, atravesamos
aquél estrecho pasillo hasta encontrarnos en ese cuarto, en esa nube, en ese
lugar en donde nuestros tormentos se escondían debajo de nuestras pieles. Ni el
alma más pura podría salvarnos, pensaba, caminaba y me aproximaba a la realidad
que era tan absurda y, comprendí el significado de su mirada, comprendí lo que
esos ojos color café querían decirme, le tomé la mano mientras surgían fantasías
que corrían y bailaban al compás de un melancólico tango, mientras estas dos
apasionadas y perdidas almas se unían encontrando respuesta alguna, la noche
vino como un ladrón silencioso, vestida de oscuridad y caminando en puntillas, caímos
en un sueño profundo, rendidos, aislados de la realidad. Y no pude fijarle
nombre a los sentimientos que venían, iban, volvían.