Dicen que en la vida hay
que experimentar siempre que se pueda, conocer otras cosas y no permitir que la
monotonía se adueñe de tus días. Y así lo quería, quise ser el más aventurero
de todos los hombres, pero nunca me detuve a pensar en las posibles consecuencias
de llevar una vida alocada y sin pensar en el futuro.
Era 1977 cuando conocí a
una joven de ojos rebeldes y cabello rubio, fuerte como un roble, ruda como
ninguna; oh mí querida Nancy. Parecía que en vez de sangre llevaba una buena
dosis de anarquía, no se dejaba vencer por nadie que le intentara imponer alguna
regla. ¿Cómo no me iba a cautivar esa joven temeraria en tiempos tan pacifistas?
Ella era una adicta a la
heroína y yo tenía mi propia imagen de vivir rápido y morir joven, ella era
simplemente el toque que le faltaba a mi imagen. Pero quizá no era solamente
eso, era su espíritu, su presencia la que me hacía sentir vivo. Llegamos a ser
un alma separada por dos cuerpos.
Únicamente puedo saborear
sus últimas dulces palabras, “si yo muero, prométeme que morirás conmigo”. La
inmortalidad de la muerte no paraba de sonar en mi cabeza desde el día que
desperté inconsciente en 1978, en ese frío hotel de New York donde, por
desgracia, la encontré tirada en el lavabo muerta mientras sus palabras volvían
y volvían. No tenía ni idea. ¿La maté yo? ¿Fue la heroína? Y si fue ella misma,
¿Por qué?
Todo era como una montaña
rusa de pasiones y peleas que había quedado frenada, como si ya no hubiese más
recorrido. Las drogas y el placer se habían desvanecido y solamente quedaba el
amor que seguía en mi, el dolor de ser acusado por su muerte, la curiosidad por
saber la verdad, las promesas que debía cumplir o quizá no. Todo quedaba ahora
bajo mi responsabilidad.
Me apetecía acariciar su
cadáver tres metros bajo tierra, me apetecía estar con ella y entonces cuando
la recordaba ella volvía y me decía que todo podía ser posible al cumplir su
promesa. Y ahora que me veo bajo este papel, la muerte es simplemente una
oportunidad de unificar lo que una vez se perdió... Pero si muero hoy, ¿será
posible que alguien me extrañe? Al ver a toda mi familia, a mis amigos, a todos
reunidos ahí afuera celebrando mi libertad solamente logro ver el rostro de mi
dulce amor y he llegado a pensar que sin ella igual moriré…
Posiblemente estas sean
las últimas cosas que pueda llegar a pensar hoy antes de encontrarme con mi
nena, por favor entiérrame al lado de ella.
El amor puede ser la forma
más dolorosa de morir, pero solo si se le llega a sentir de verdad.
Sid, 1979.